viernes, 9 de enero de 2009

Cicatriz de ciudad


Cada vez que se enfrentan en el escenario urbano la idea de seguridad y la necesidad de compartir espacios, la primera suele ser la vencedora y condena a la ciudad a convertirse en una sucesión de jaulas.

La reja se ha instalado como la solución más obvia para que la casa y su espacio circundante gocen de seguridad. Pero todo este planteamiento espacial es fruto de una cadena de asociaciones erróneas de ideas preconcebidas fruto de esa inercia cultural de la mayoría de personas.

Seguridad asociada a aislamiento, que da la sensación de control donde lo que se busca es disminuir lo más posible los elementos de la ciudad, hacer que nada pase para sentirse protegido.

La paranoia persigue hasta la escala más intima, aparecen rejas en ventanas de apartamentos rodeados por rejas que encierran un bloque, situado a su vez en el interior de un conjunto igualmente enclaustrado por un riel metálico.

El espacio de la calle abortado entre la colección de metales, se convierte en territorio de nadie , desprovisto de escala que es incomodo para transitar por lo homogéneo e indistinto que resulta y sobre todo por lo inseguro que se torna ya que al ser despojado de cualidades espaciales se convierte en un lugar de residuo, ni siquiera como el monstruo del Dr. frankeinsten hecho de las partes de cuerpos diferentes, ya que se conforma de la misma parte que le sobra a diferentes espacios, (lo que quedo al otro lado de la reja o el muro) pretender obtener una autentica calle de calidad de esta manera es como querer darle vida a algo hecho solo de piernas, no se llega a conformar algo con carácter diferente sino a una continuidad exagerada.

Una arquitectura residencial acumulativa, porque reúne en poco espacio varias habitaciones individuales, pero bastante lejos de ser colectiva, al no ofrecer respuestas adecuadas para la vida comunal, no dialogar con equipamientos en diferentes escalas, donde las aréas comunes solo juegan el papel de avisar que falta poco para llegar a casa y encerrarse (por la misma razón que en la escala del barrio no se ofrece nada), y que como continuación de la idea que maneja la ciudad en su conjunto, lo importante es el automóvil y no el ciudadano y lo que evita que se llegue con el carro hasta la entrada de la casa es que esta queda en el tercer piso o que el parqueadero está ya muy lleno.

Es tan evidente la falta de diseño de estas áreas que es difícil no asegurar que el objetivo de la reja es mantener fuera a la persona para que no lo note.

Lo conflictivo de la experiencia urbana de la gran mayoría de personas que es una sumatoria de diferentes problemas de distinta clase, que van desde el mal funcionamiento del tránsito, lo evidente de la descomposición social de gran parte de la ciudad, el desacuerdo con medidas gubernamentales, hasta problemas de convivencia con otros ciudadanos, hace que la contundente asociación entre reja y protección sea la solución por antonomasia a la búsqueda de intimidad natural de cada quien. En últimas lo que se busca es estar aislado más que seguro, aislado de esa ciudad sin diseño que lo agrede.

En un mayor acercamiento a la escala de la persona, varias veces se ha visto que la segur.

Donde debería haber tejido vivo y sano de ciudad aparece un espacio sin vida que descose lo urbano.

Se vive en espacios que nos reflejan o que tratan de hacernos vivir, una población huraña que cree que estar apartado se plasma a la vez en una arquitectura que se encierra sobre sí misma y que envidiosa no comparte con la ciudad nada especial y a la vez no se entera de la vida que esta le comunica, que yendo más allá, al multiplicarse se convierten en una enfermedad que genera zonas muertas en la ciudad.

La barrera que aparece entre ciudad ciudadano debe franquearse, que se integren por fin y se deje esa relación sumatoria en que una ciudad es ciudad porque en ella vive mucha gente y no por lo que le ofrece a la persona, debe ser tejido vivo y no un montón de partes unidas por cicatrices.

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